Silencio, el mejor de los elogios

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Es temprano aún y las calles están desiertas, con el vidrio abierto a lo lejos distingo el sonido de un camión que pasa sobre la ruta, cargado vaya a saber hacia dónde. La estación de servicio tiene algunas luces, una sola camioneta cargando gasoil y el corralón ya está abierto, esperando a los que bien temprano salen para el campo. Hay un mundo paralelo a la pandemia que sigue funcionando.

 

Son tiempos de perfil bajo, en mucha ventana hay gente dolida, sufrida, mirando como ellos luchan en el encierro, mientras que “los otros” gozan de supuestas libertades. Dos visiones diferentes, en uno que va a ser lo suyo, pero indirectamente va a permitir que quien está encerrado pueda seguir alimentándose día tras día. El otro, con recelo.

 

Los héroes del silencio no están solo en el campo, más allá de que el mérito –justa y reconocidamente- se lo lleven los médicos, los enfermeros y el sistema de salud, que ve cómo día tras día ahora, sus “soldados” también caen en esta guerra silenciosa.

 

En un mundo ideal, en una sociedad de aprendizajes, lo primero que cabe preguntarse es, “cuál es el verdadero valor de la gente?” El listado sería interminable, pero rápidamente podríamos echar a la basura a cientos de sindicalistas millonarios que no cumplen ni pueden cumplir ningún rol en esta pandemia, porque en definitiva, desnudarían lo peor de sus miserias, si es que sus representados cumplen alguna tarea en estos días, donde solo lo importante funciona, dejando claro cuáles son las verdaderas prioridades que debería tener una sociedad. Ellos ahora, también hacen silencio.

 

De qué sirve un gran sistema político, rodeado de secretarios, asesores, empleados inservibles, cuando lo único válido es que haya gente con conocimientos, asesorando las políticas de salud y económicas, no simples acomodaticios integrantes de listas sábanas que hoy deberíamos eliminar de un plumazo, sin necesidad de que la corporación política nos explique su importancia democrática. Porque en definitiva, hay un Congreso en silencio.

 

Donde están los piqueteros, esos que tenían grandes ollas y haciendo humo y choripanes comandaban las calles, porque supuestamente el hambre y la falta de trabajo, los ponía en ese supuesto incómodo lugar. Tal vez hambre no había y seguramente, trabajo no les interesaba, algo que deja al desnudo que ese era su trabajo y no justamente un reclamo. Escondidos como ratas, hoy hacen silencio.

 

Los agroecologístas desaparecieron, no hay más humo, no se calienta más el planeta, las vacas erutan mansas, la huella de carbono se desvanece, el glifosato no es tan malo y hasta algún cobarde, miró en silencio los “mosquitos” fumigando las calles, entendiendo que hay mundo con tecnología, preparado y destacado por encima de cerebros limitados. Muchos otros creen que las especies que tanto defendieron y que hoy se ven en las calles, aparecieron de repente. Tal vez lo que no hicieron fue ir a buscarlas, entenderlas y sobre todo, conversar con quienes siempre las protegieron, esos mismos que en cada amanecer o atardecer, las encontraban en sus campos, porque en definitiva, siempre estuvieron ahí, en silencio.

 

No es tiempo de esperar aplausos, porque hay muchos para aplaudir: los camioneros, que van de lado a lado, el almacenero, el de la estación de servicio, el gomero, el mecánico, lleno de héroes silenciosos, como el campo, como el productor agropecuario.

 

No esperen aplausos, dejen que el silencio muchas veces habla por sí solo. Porque nadie como el productor sabe disfrutar de ese silencio, de ese que hoy muchos, encerrados en sus casas, rodeados de incertidumbre, están aprendiendo a conocer. El silencio tal vez en estos tiempos, sea el mejor de los elogios. Aprendamos a disfrutarlo.

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