Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
Falsear la verdad, mentir y prometer en nuestro país es algo corriente porque no existe una demanda ética ni un castigo social para el que lo hace. Se trata de una manera de ser, construida siempre sobre la base de una relación falsa y no duradera.
La mentira, la tergiversación del sentido de los términos, es tan antigua como la humanidad, pero en Argentina y en un grupo selecto de políticos ha encontrado un refugio increíble. Son los actuales progresistas falaces, nostálgicos de una construcción imposible. No se resignan a que la experiencia implosionó hace mucho tiempo. Detrás y debajo de su persistente crítica implacable a la sociedad de consumo, al capitalismo -aunque les encanta vivir como los capitalistas-, se esconde el afán de venganza y de salvarse de la Justicia, aunque todo quede en ruinas. No les importamos y mucho menos si desean ganar una elección en pocos meses más en medio de una terrible pandemia que azota al mundo en general y a nuestro país en particular.
En cuanto a las promesas, la historia nos ha demostrado -pero seguimos cayendo en el mismo pozo- que son siempre sospechosas y cuando más se proclama a los cuatro vientos un compromiso, es cuando más lejos se encuentra de cumplirlo. Todavía resuenan en mis oídos esa voz con acento riojano que nos prometía “la revolución productiva”, o la del actual Gobierno de que íbamos a estar todos vacunados contra el Covid, por poner dos ejemplos claros. También se agolpa en mi mente la condena a la pobreza de nuestros gobernantes, cuando desprecian a quienes viven en esa condición.
Pareciera que a muchos argentinos nos encanta votar los liderazgos que se basan en no decir la verdad. Ahí todo se consiente y se explica y también es el lugar donde la política encontró su manera de ser para no asumir su condición de servicio. Se vive de la mentira y las acciones de esta manga de embusteros solo resultan en una acción normal dentro de ese territorio que solo es hostil para el pobre ciudadano de a pie que es víctima de esa situación donde ilusoriamente espera que las cosas se hagan bien.
Sin embargo, la idea rancia, reaccionaria, atrasada de los que quieren desandar la historia disfrazándose tramposamente de progresistas, voceando a los cuatro vientos sus promesas falaces, debe ser desnudada, porque de una vez por todas debemos dejar de sentirnos súbditos para asumir nuestra condición de ciudadanos, es decir, de pertenecernos a nosotros mismos.
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Carlos Alberto Goyeneche (lunes, 31 mayo 2021 10:11)
Muy buena nota, espero que algún día recapacitemos sobre nuestra manera de elegir quien nos represente.
Un saludo grande.