De allá lejos, pero tan cerca

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Muchas veces solemos hablar de lo difícil que puede resultar el “desarraigo”, ese que adjudicamos la mayoría de las veces a quienes deben buscar algún destino lejano para probar mejor suerte, persiguiendo oportunidades laborales, en el camino de una mejora en cuestiones económicas.

 

Sin embargo, hace mucho tiempo existe otro desarraigo, que vemos día a día en diferentes zonas del país y que gran parte de ellas vive el sector ganadero, siempre en la búsqueda de un empleado que maneje haciendas, que no haya que explicarle las cuestiones simples que solamente aquellos que han “mamado” el campo, pueden comprender. Por eso, hablar del “Correntino” para encuadrar a muchos que desde el norte han venido siguiendo su sueño laboral, seguramente no resultará lejano para nadie.

 

Gente diferente, muchos de ellos sin demasiada instrucción, sin escuela, sin más que sus manos y sus ganas, con conocimientos adquiridos en lugares remotos, donde “vivir en el agua” suele ser una constante, donde las jornadas calurosas, eternas, desgastan hasta el más mentado, por eso cuando llegan al “paisaje pampeano”, suelen enamorarse, de sus días cortos en invierno, de sus veranos soportables, de pisar suelo firme, de haciendas mansas, de tareas que para ellos, no es más ni menos que rutina diaria.

 

“Diga patrón”, “Don Carlos”, “Sí Doctor”, son una biblia sagrada, donde sus costumbres, siempre se rodean de respeto, de cabeza baja, de ordenes simples, de una cultura del trabajo que los ha marcado y con códigos que tal vez muchas veces por aquí no se entienda, por eso no es tan raro ver alguno de ellos enojados y hasta en ocasiones, manotear el cuchillo, que jamás se ausenta de sus fajas.

 

La clásica es con familia, mujeres e hijos, forman parte de su núcleo, donde no es raro escuchar hablar de sus compañeras, “es tan buena o mejor que el para el laburo”, dice alguno mientras la veo señalando el cordero a “carnear”, manotearlo de las patas y esperando que su compañero –en una tarea que parecen conocer de memoria- lo enlace, lo cuelgue y lo degüelle, como quien arma un recado, pone el agua a calentar al fuego o hace una tarea que no va más allá de ensillar un mate.

 

Pinzas, tenazas, el alambre pocas veces es un misterio para esta gente, como sí en cambio son pocos los capaces de manejar una herramienta, una suerte de caballo de troya esos llamados tractores y que apenas los encuentra manejando, como si un vehículo fuera cosa de mandinga.

 

En caballo lo que gusten, siempre empilchados, mano a la boina o al sombrero, la educación ante todo, puntuales, agiles, siempre dispuestos, mientras las condiciones estén, es imposible no disfrutar de las tortas fritas de la compañera y si hay quinta y gallinero, habrá huevos, pollos, dulces caseros, panes y toda una serie de cuestiones, que parecen perdidas en el tiempo en nuestro pagos y sin embargo, estos custodios de tradiciones, traen del norte, con la sabiduría de ganarse el mango, de explotar lo que la tierra puede darnos y que la plata, no nos haga esclavos de absolutamente todo.

 

Gente sencilla, pero no tan simple de entender, gente dispuesta, pero para llevarlas a su ritmo, soñadores de tierras lejanas y difíciles, con el corazón más limpio que los nuestros, ni mejores ni peores, diferentes.

 

El Correntino, engloba Entrerrianos, Santiagueños y muchos de aquellos que en su infancia, solo conocieron del caballo, de la hacienda y de “quehaceres” del campo. Nobles pero tercos, simples pero con códigos y lenguaje propio. Paisajes de nuestra tierra que pueblan una Pampa ajena, pero que una vez arraigados, difícilmente puedan reemplazarse, por entusiasmo y por espíritu.

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