Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo
Volver a Tandil es siempre meterse en el túnel del tiempo de mi vida, un viaje que todos de vez en cuando deberíamos realizar, ir hacia atrás, encontrarnos con ese otro “yo” que aún sigue a mitad de camino y entender algunas cuestiones de porqué hoy en la vida, estamos donde estamos.
En mi caso particular el viaje está lleno de sensaciones. Mañanas frías como las de hoy, eran la constante de un lugar donde las neblinas en otoño-invierno, le ganan siempre la pulseada a los cielos despejados. Increíble pero real, hace no tanto tiempo, muchos jóvenes nos dirigíamos a dedo, siempre algún profesor, algún alumno de los últimos años, algún chacarero que nos dejaba de camino, eran parte de un viaje no muy lejano, apenas unos 7-8 kms que alejaban la ciudad de la facultad, eran el recorrido obligatorio para cientos de alumnos que hoy se movilizan en gran parte, en colectivos.
La vida de estudiantes es particular, pero aquí tenía mucho sabor a pueblo, a gente del interior del interior, llena de sueños, de ilusiones, arrastrando esfuerzos e historias, cada una de ellas particular, con muchas por conocer y en tiempos donde aquí todavía, la facultad le ganaba al turismo, a la hora de un alquiler, del costo de vida y de las cuestiones diarias de una ciudad, que tenía aire de pueblo en todos lados.
Volver aquí representa entender que hay lugares que aún son una isla dentro de esta Argentina, que cada día se esfuerza por descender otro escalón, en cultura, en cuestiones sociales, en economía, en seguridad. Lugares como este, aún invitan a seguir creyendo que se puede, más allá de lo productivo de los campos, de la decena de barrios privados construidos, de una ciudad que vive del turismo y para el turismo, pero con un nivel de socio económico, que contrasta con gran parte de las ciudades que la rodean en un perímetro de 100 kms.
Alguna vez hablé de esta maravillosa facultad, donde todos éramos iguales, donde los profesores sabían nombres y apellidos, un lugar donde se encontraban el hijo del empleado, el del dueño del campo, el heredero del doctor o el sobrino del tractorista, una facultad que todo lo nivelaba, en una suerte de secta del sentido común, donde a nadie se le ocurría ir contra la facultad, donde todos entendían que la madre, era la facultad.
El viaje por un instante me trae muchos de los sueños que he transitado y me llevan a entender que el paso por una Universidad, no es la simple formación de un profesional, es el entendimiento de que el estudio, la responsabilidad, el formar parte de algo mayor, nos obliga a descubrir que los límites no existen para ciertas cuestiones, cuando la ética, el sentido común y el aprender a escuchar, son las claves para muchas cosas que en la vida, te darán más satisfacciones que problemas.
Recorro caminos que ya viví, y hago muchas veces el ejercicio de volver atrás, entendiendo que aquellos momentos que fueron duros, de sacrificios, de amistades forjadas en necesidades en común, nos fueron moldeando para enfrentar mil desafíos, que a esta altura de los acontecimientos, ya no tememos de hacer frente, simplemente lo hacemos con la confianza de aquello para lo que fuimos formados, para que muchos de esos grandes profesionales que pasaron frente a nuestras aulas, pudieran derramar y a partir de ahí construir verdaderos soldados con capacidad de decisión.
Hoy miro la misma mañana que hace más de 25 años atrás, sigue siendo parecida, pero con el sabor de haber cumplido muchos de aquellos pensamientos. No hay reproches, no hay cuestiones sin cumplir, solo está el agradecimiento de lo vivido, tal vez por eso siempre se vuelve.
Somos lo que alguna vez soñamos, con matices, con más y con menos, pero seguramente no estaremos muy lejos si fuimos fieles con nosotros mismos. Simplemente, no hay que temer jamás de volver atrás, seguramente allí anidan gran parte de nuestras convicciones. Solo hay que volver a buscarlas.
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