Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
El diálogo es una de las supremas expresiones de la inteligencia, quizá la más alta. Por lo común, la capacidad de dialogar no suele ejercitarse, por falta de respeto intelectual y de serenidad.
En la vida comunitaria, la asamblea es el ámbito donde las personas, unidas por intereses, por afectos o por convicciones básicamente compartidas, se encuentran para dialogar, para poner en limpio sus ideas y definir la calidad de los métodos que están dispuestos a emplear para la defensa de esos intereses, afectos o convicciones.
El orden es una virtud cardinal de la asamblea. La intemperancia o la impertinencia, lo mismo que las maniobras más o menos hábiles o inescrupulosas, conspiran contra el éxito de la reunión que tiene como fin último poner de manifiesto el pensamiento, tanto como la voluntad del grupo.
La pasión o el fervor que se ponga en la deliberación no es un obstáculo; antes bien, suele ser útil para templar la fibra emocional de los que deliberan. Un gran hombre público dijo alguna vez, que sentía desconfianza hacia aquellos que se avergonzaban de mostrarse emocionados en una asamblea.
Media un abismo entre el fervor y la emoción genuina -propios de las personas honradas y de las asambleas auténticas- y la actitud provocativa del que se vale del dolor, del resentimiento o del rencor de los otros para hacerlos servir a intereses ajenos y aviesos.
En épocas difíciles, como las que transitamos, cuando los pueblos sienten en lo más íntimo la pesadumbre de la adversidad, es cuando los demagogos y los oportunistas, y a veces también, los tontos iluminados, encuentran el ambiente propicio para agitar irresponsablemente a los demás.
La vida democrática tiene en la asamblea una de sus manifestaciones más auténticas. Permite la comunicación, la comunión y la solidaridad compartida. La asamblea es lo contrario del tumulto. En la asamblea se dialoga, se piensa, se disiente. Las palabras pueden ir cargadas de pasión, pero se fundamentan en la conciencia y en la actitud responsable. En el tumulto -en cambio- se grita, se aúlla, se escandaliza, se abre la compuerta del resentimiento para que aflore toda la violencia, la torpeza y la vulgaridad.
¿Por qué hablé de la asamblea? Porque la asamblea más cara a los argentinos es el Congreso de la Nación, donde nuestros representantes deberían cuidar lo más preciado que le otorgamos con nuestro voto: hacer del Congreso la “Casa de los Acuerdos”, de los consensos, donde se elaboren las mejores políticas públicas para todos los ciudadanos y no para algunos.
En esta nueva etapa democrática que tiene una vigencia de 40 años, los ciudadanos de a pie no hemos experimentado el fruto del consenso, del diálogo, en la “Casa de los Acuerdos”. Más bien, hemos asistido a sesiones donde impera más el tumulto, masificado en el peor de los sentidos que la palabra tiene, disminuyendo a los que participan de él, permitiendo exteriorizar la rabia que no es lo mismo que el dolor, el disgusto o la desesperanza.
A juzgar por como se viene desarrollando la campaña rumbo a las próximas elecciones nacionales, no tengo muchas esperanzas para que el Congreso vuelva a su origen y aprecie el diálogo y la pasión en la defensa de sus representados. Me lo imagino como un ámbito donde las palabras dejan de tener sentido porque es un griterío entre sordos. Menudo futuro nos espera a los ciudadanos de a pie…
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