La importancia del “cuero ajeno”

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Cuál es nuestra percepción del “otro” es una pregunta que por estos días ronda en mi cabeza. Varios ejemplos pasaron por mi vista y el interrogante se fue ampliando, superando sectores, alambres, fronteras. Somos capaces de ver al otro? Podría ser la pregunta un poco más específica.

 

La imagen del mosquito acercándose al “monte” a lo lejos me recuerda un viejo relato de mi amigo “Gustavo el Ingeniero” en sus tantas mañanas mateando contra la ventana, en esa contemplación del horizonte que a muchos nos gusta sostener durante más tiempo que una sola cebadura. “Pucha, al menos me hubiera gustado que me avisen, si total no cuesta nada”, recuerdo escucharlo, dejando en claro que no le molestaba la pasada del pulverizador en el campo de al lado, pero si la falta de empatía de no pegar un telefonazo previo, más aún pensando en la cercanía de su casa.

 

Hay cuestiones culturales que hemos olvidado, que parecen ser una suerte de “eslabón perdido” en materia de respeto, podríamos pasar la mañana enumerando tan solo en el campo, la cantidad de cuestiones que representan un “no ver al otro” y hacer de cuenta que solo importan nuestras narices. Cuán mejor sociedad podríamos ser, tan solo con un gesto.

 

Es común en caminos de tierra ver como alguien simplemente pasa a la velocidad que venía, sin importar un segundo lo que quede atrás, en ese segundo que con unos kilómetros menos, representaría una visión menos soberbia de quien se adelanta. O ese gesto tan perdido ya, de un juego de luces a la pasada, una mano en alto al que cabalga arriando, un simple golpe de “bocina” a quienes parados en una tranquera, mantienen el diálogo cordial, o ni que hablar, detenerse ante el infortunio ajeno, dejando muchas veces como un simple “mojón”, a quien tuvo la desgracia de una pinchadura o una avería de motor. Vivimos apurados, vivimos desconfiados, vivimos sin ver al otro.

 

Hace unos días atrás recorriendo unos 500 kms de autopista en tierra Chilena, la máxima de 120 kms por hora sin prácticamente fotomultas y otras clásicas inhibiciones, me sorprendí viendo que fueron menos de los contados con una mano, quienes sobrepasaron esa velocidad, o que decir cuando el pase por cualquier peaje es casi “voluntario” para extranjeros, ya que no hay barreras que detengan el paso, solo un cartel de desviarse a un costado y pagar, para aquellos que no llevan el dispositivo en su vehículo. La única respuesta posible, es “cultura”, es esa simple regla que existe desde que “el tiempo es tiempo” y nos dice que la libertad más importante, comienza en el límite ajeno, allí donde nuestros derechos, simplemente chocan al del otro y esa simple medida, debería ser suficiente para detenernos. Ahí, justo ahí, nace “el otro”.

 

Dicho todo esto, en esta Argentina carente de todo sentimiento por nuestro prójimo, vivimos exigiendo derechos, una sociedad ha adquirido la cultura de no importarle el derecho ajeno, a circular, a trabajar libremente, a pensar, a tomar decisiones, sin que el Estado tenga que intervenir, sin que un gremio o sindicato amenace con medidas, con sobornos, con aprietes, con cortes de calle que son un verdadero atentado a la libertad ajena, esa es la cultura adquirida, esa es tal vez, la peor de las herencias de los últimos años y que llevará, sudor y ojalá ni lagrimas ni mucho menos sangre, pero que no me quepan dudas de que de no eliminarla, no existirá jamás el derecho individual para convivir en sociedad.

 

Hay gente a tu alrededor, hay vecinos, hay una sociedad, hay una naturaleza, esa que deberíamos respetar, siendo cautelosos a la hora de invadirla, modificarla y sobre todo alterarla, en ella también percibimos al otro.

 

Son tiempos de cambio, son tiempos para entender que no hay otra manera, de empezar por uno mismo. Si cada uno, cada día, en cada momento, en cada circunstancia, hace un mínimo cambio, habría millones de cambios sucediéndose al mismo tiempo. Hoy probemos y al menos en tu mirada, habrá un pequeño universo mejorando.

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