Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
Dicen que el cambio se da cuando nuestra mirada no se separa de la utopía. Ayer, participando de uno de los tantos encuentros que he tenido a lo largo de 44 años con cooperativas agropecuarias, pude palpar los cambios que no sólo se han venido produciendo en este lapso de trabajo, sino también desde el origen modesto y silencioso de puñados de chacareros que, a través de sus entidades solidarias pudieron satisfacer sus necesidades económicas, sociales y culturales por medio de una empresa de propiedad conjunta democráticamente gestionada.
En los ojos, en la pasión con que cuentan sus logros e incluso sus yerros, pude ver que el cambio siempre estuvo y estará presente mientras sus asociados, sus dirigentes y sus funcionarios alienten procesos innovadores de desarrollo de la economía social y con alto impacto, no sólo en quienes integran su organización sino también en la sociedad donde se desenvuelven.
En contraposición a casos actuales de cooperativas “truchas”, conformadas por dirigentes sociales inescrupulosos y con fines espurios, en miles de poblaciones de nuestro país la palabra “cooperativa” no es una mala palabra porque todos los días brindan servicios genuinos. Están conformadas por hombres y mujeres del seno de la propia localidad y que las levantaron con esfuerzo propio y ayuda mutua. ¿En cuantas localidades no coexisten cooperativas eléctricas, de obras y servicios públicos, de trabajo, de consumo, agropecuarias, de servicios financieros? Ellas fueron el fruto de una mirada social que no está separada de la utopía, por eso crecen y se transforman permanentemente para que los servicios lleguen a propios y a extraños.
¿Cuáles son los elementos distintivos de estas experiencias? La presencia de líderes que combinan la acción individual y colectiva, y la reinversión de los excedentes en la ampliación de sus servicios o en la creación de emprendimientos con el propósito de generar empleos.
El viernes estuve en la Cooperativa Agrícola Ganadera de Puan. Hacía un tiempo que no recalaba en esa entidad. Su complejo industrial compuesto por una fábrica de alimentos balanceados y una extrusadora de soja me dejó maravillado. A medida que avanzábamos por esas instalaciones junto a dirigentes y funcionarios de otras entidades colegas, pudimos sentir el íntimo orgullo de los miembros del consejo de administración y del personal al mostrar el fruto de aquellas horas de debates serenos o airados, de ideas contrapuestas, de propuestas y contrapropuestas, de iniciativas audaces, casi utópicas. Seguramente sus antecesores también sintieron ese íntimo orgullo cuando inauguraron la primera planta de silos o los corrales de remates feria, o el edificio de la casa central.
También, ayer los integrantes de La Alianza Cooperativa Agrícola Ganadera de Pigué, que cumplió 111 años de trayectoria, y hoy, los de Agronexo Cooperativa Agrícola Ganadera de Lartigau y Tornquist, al celebrar 69 años de vida, festejaron y festejan que la utopía de unirse para ser más fuertes se transformó en una realidad palpable y que el desafío es mantener el trabajo creativo y transparente hecho entre muchas personas con serenidad y lucidez, para mantener en alto la palabra “Cooperativa” y que ésta no sea una mala palabra. Esta es una herencia cultural que miles de cooperativas en el país sostienen como condición inseparable de la personalidad de sus dirigentes y que viene desde los primeros tiempos como legado para el futuro.
¿Qué los impulsa a ser como son? Desde su origen saben que no tienen comprado el porvenir, hay que merecerlo. Por eso, todos los días asumen el formidable desafío de convertirse en instrumentos aptos para sí y para las comunidades donde actúan.
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