Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
La desesperación nunca es buena consejera para salir de un laberinto. Siempre tiene que abrigar en nosotros la esperanza, que es la desesperación superada, la luz al final del túnel, para encontrar el camino hacia la salida.
Cada campaña agrícola -como la que se va a iniciar en breve- es un laberinto que tiene caminos bloqueados por el precio de los cereales, por el valor de los insumos, por los cambios bruscos de políticas, por la ausencia de créditos, las lluvias, el granizo, etcétera. Sin embargo, el agricultor, sin hacer la clásica trampa de salir por arriba, encara la búsqueda del rumbo con esperanza porque sabe íntimamente que la vida tiene un sentido. Su vida tiene un sentido. Vivir la siembra de cereales u oleaginosas es lo que le permite ser. Esa convicción profunda es un acto profundo de fe en sí mismo.
Sobreviene la siembra con sus más y con sus menos, y ese agricultor lleno de esperanza espera la aparición de los primeros brotes de aquellas semillas que echó al surco, ausculta el horizonte buscando señales que le indiquen la presencia de venideras lluvias, examina que las malezas no aparezcan y planifica en qué momento fertilizará al voleo aquellos macollos que emergen desafiando el frío que comienza a instalarse.
La salida del laberinto aún está lejos, porque en esa búsqueda de rumbo, el agricultor debe continuar la paciente tarea de cuidar de las sementeras y mantenerlas limpias de malezas y de plagas, a la espera de la primavera y de las lluvias oportunas que harán madurar el sembradío.
A fines de octubre y en los primeros días de noviembre, cuando ya vislumbra el egreso del laberinto, no está exento de sustos por alguna helada tardía, la llegada de calores extremos que apuren la maduración de los granos y los arrebaten, alguna granizada o fuertes vientos. El último tramo es el de la cosecha, el precio que recibirá por ese cereal y que seguramente será muy distinto al que el mercado prometió al inicio de la campaña, porque siempre hay un, pero… Más tarde, el canon por salir del laberinto será pagar los insumos, si no lo ha hecho antes, los trabajos de cosecha, la entrega del cereal o guardarlo en un silo bolsa a la espera de la comercialización y, por supuesto, ver qué le va a cobrar el socio bobo que lo acompaña desde que es agricultor, el Estado; para ver cuánto le queda en sus bolsillos y así volver a encarar un próximo ciclo.
Este trabajo realizado por el agricultor año tras año, donde deposita esperanza, capital y trabajo, nunca es noticia. La única noticia es el precio del kilo de pan que llega a la mesa familiar. Y eso forma parte de otro laberinto.
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