Por José Luis Ibaldi- Mañanas de Campo
En 1960 un sociólogo argentino, José Luis de Imaz, escribió un libro que se llama “Los que mandan”, y allí señala la importancia que tienen en la sociedad de nuestro país las élites de entonces, pero cuando habla del movimiento agropecuario argentino señala: “Significando aproximadamente el 60 por ciento de la riqueza nacional, en la balanza de las decisiones gubernamentales el campo no existe”.
Sin embargo, décadas después, la sociedad argentina tomó conciencia de que no se puede prescindir del campo. Tampoco los gobiernos, que lo siguen utilizando de vaca generadora de divisas. Por eso, en los últimos 23 años -de acuerdo con datos del economista Salvador Vitelli-el agro aportó en concepto de retenciones la obscena cifra de 203.000 millones de dólares sin haber tenido una contrapartida en rutas o en mejores servicios.
Simultáneamente, campaña tras campaña, los hombres y mujeres del campo invierten en capital de trabajo y en forma silenciosa, más de 24 mil millones de dólares en el cultivo de los principales granos, tomando datos del período 2023/2024. Pero si se le agregan los gastos de comercialización y cosecha, y lo necesario para mantener la estructura de producción, la suma final asciende a 40.500 millones de dólares.
Más allá de los números, también el campo ha generado más alimentos, más cosechas. Y eso se logró y se logra porque en la empresa agropecuaria se tiene una cabeza abierta al cambio, a la innovación. Los productores vienen evolucionando e introduciendo tecnología en siembra directa; genética en semillas y en el ganado vacuno, lanar y porcino; fertilizantes; fitosanitarios; etcétera.
Los hombres y las mujeres del campo saben que en épocas de grandes cambios la inmovilidad propia es, en verdad, un retroceso. De allí que vayan adoptando un proceso de transformación constante, respondiendo a las exigencias cambiantes que plantea la realidad.
También las adversidades le han curtido suficientemente y le demuestran que para seguir siendo productores no sólo hay que tener capacidad de adaptación sino espíritu superador, y que la realidad se transforma haciendo y no declamando.
Desde hace más de un siglo, muchísimos productores saben que no pueden estar aislados, por eso buscaron a través del asociativismo la manera de protegerse gremialmente en diferentes instituciones, que hoy siguen siendo rectoras del pensamiento y la defensa del campo.
Este ecosistema que conforma el campo argentino todos los días da testimonio de una capacidad transformadora envidiable a la vista de muchos sectores de la economía.
Si bien todavía existen algunos problemas de comunicación hacia la sociedad, en estos 60 años que han transcurrido, miles de familias agropecuarias han echado por tierra eso de que “en la balanza de las decisiones gubernamentales el campo no existe”. El campo está más vivo que nunca.
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