Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
Los argentinos estamos huérfanos de referentes. Cuando desde las máximas autoridades de los tres poderes del Estado no se tiene la capacidad de alumbrar el camino, los ciudadanos de a pie andamos a los tumbos debido a la oscuridad en que estamos sumidos.
Cuando los legisladores no dan quórum para tratar el proyecto de ley de ficha limpia bajo excusas inexplicables o dudosas enfermedades repentinas o rumores de acuerdos espurios, da la sensación de complicidad o de corporativismo con colegas que son delincuentes y que merecen el repudio social y el castigo legal.
Durante muchos años se viene admirando y tolerando a los bandidos. Se les dio credencial de personajes sociales admirables por la entrega de dádivas o de compra de voluntades o por incorporar a familiares y amigos al a Estado. Mientras se siga admirando a los atorrantes, a los vivillos, a los estafadores, a los corruptos, se continuará entronizando a personajes nefastos que sólo se interesarán por sus intereses personales y nunca por los colectivos.
La ética quedó arrinconada en un esquinero donde no se sabe discriminar lo justo de lo injusto y en donde lo correcto es solo un pretexto de tontitos que no alcanzan a entender el valor de los sin valor.
Da la sensación de que los argentinos, en general, vivimos tan distraídamente en las cosas menores que no tenemos tiempo para la epopeya de ser honestos y probos. Mientras, el Estado ha convertido en ricos a muchos políticos, legisladores, sindicalistas, jueces y presidentes de la Nación, producto de operaciones non sanctas. Éstos no son más que miserables que mendigan el reconocimiento social desde una función pública u otra posición institucional.
Simplemente miremos con cierta profundidad a estos personajes y descubriremos que viven sin ser amados, que carecen de virtudes, que explotan su posición o cargo para extraer del mismo la gratitud y el amor que no pueden recibir por el tipo de personas que son. Son seres mezquinos. En esos ambientes no caben los altruismos.
Muchos argentinos son temerosos de enfrentar este modelo de conducta, pero aún más una gran mayoría de funcionarios de la Justicia -el poder que debe aplicar equidad, imparcialidad y sentar jurisprudencia- que miran para el otro lado con tal de no perder su posición y su abultado sueldo libre de impuestos.
Para reconstruir a la Argentina hace falta algo más que acomodar le economía. Todos tenemos que trabajar fuertemente para encontrar referentes que iluminen el camino, que permitan entender nuestras diferencias y que admitan el cumplimiento estricto de la ley. Caso contrario, no sólo seguiremos entronizando a delincuentes de guante blanco, sino que estaremos ostentando la categoría de cómplice.
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