Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
Dice el filósofo coreano Byung-Chul Han que “la experiencia crea continuidad histórica. El nuevo bárbaro se emancipa del contexto de la tradición, en el que integra la experiencia. La pobreza de experiencia lo conduce a comenzar de nuevo y desde el principio […] El nuevo bárbaro celebra la pobreza en experiencia como una emancipación”.
Los políticos en nuestro país son esos bárbaros de los que habla Byung-Chul Han. No les interesa la continuidad histórica basada en la experiencia anterior y creen que con el advenimiento al poder la historia comienza con ellos. No creen en las políticas de Estado y por ello no las promueven mediante consensos. La palabra consenso no existe en su diccionario.
Esto nos viene empobreciendo en todo sentido, porque se viene dilapidando desde hace más de 80 años la herencia política, cultural y social de un país que, para salir de la anarquía, supo ubicar la proa del barco hacia un destino certero. Lamentablemente, la egolatría de la dirigencia, el caudillismo, los golpes militares, la desidia, el ingreso de la corrupción en la política y el vivir de la política, llevó a dejar de lado la continuidad histórica de modelos que se iban emulando con el objetivo de lograr un país mejor.
En estos últimos 80 años el mundo fue mutando y la dirigencia política argentina sigue mirando por el espejo retrovisor. Parece que en estas ocho décadas se ha acumulado mucho peso encima y es trabajoso sacarlo, por eso se siguen repitiendo antiguos errores. También los ciudadanos de a pie nos hemos venido acostumbrando a ello, adquiriendo el Síndrome de Estocolmo. Hemos desarrollado una relación de complicidad y de fuerte vínculo afectivo con quienes nos roban diariamente los sueños, la esperanza, el empleo, la jubilación digna, la productividad, la educación, el acceso a la atención de la salud, la Justicia, etcétera.
Somos un país con muletas, que tiene todo para volver a caminar por sus propios medios, pero se resiste a hacerlo porque le vienen repitiendo desde hace 80 años que no puede hacerlo, y que siempre necesitará del Papá Estado para dar pasos por sí solo. Por eso, el pánico se patentiza en nosotros cuando llega alguien y empieza a desmantelar esa telaraña formada desde hace mucho tiempo, para alumbrar una nueva posibilidad. La duda es si ese alguien que comienza a deshacer esta maraña es un nuevo bárbaro que no cree en políticas de Estado y “celebra la pobreza en experiencia como una emancipación”.
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