Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo
Tarde-noche de tormentas, como si esto ya fuera costumbre el paso obligatorio es ir hasta el escritorio y acomodarse, es hora de tratar de poner en palabras, eso que durante el día me cubrió de sensaciones, más allá de que todo, fue prácticamente “embargado” el intenso calor.
“Papeles en el viento” (*) habla de un grupo de amigos, pero principalmente habla de lealtades, esas que tenemos la manía de aferrarnos, una costumbre muy nuestra de que más allá de las cosas, de lo que ocurra, del trabajo, del lugar adonde estemos, hay algo que nos ata, que nos une, que nos hace extrañamente fieles – a veces- a eso que llamamos lealtad.
No es raro que en el campo aún esta virtud, continúe siendo la que manda, aún en los negocios, donde todo por este rubro, sigue teniendo mucho de eso, más allá de aquel mito de “la palabra”, de honestidades y otras yerbas, tenemos mucho que nos marca a fuego, como una suerte de “señal” imaginaria nos aferramos a cosas, a personas e inclusive a marcas, donde ya no se trata de fanatismos, de ideologías, es como que hay “algo más” y me atrevo a decir, que hablamos de lo mismo.
Como cambiarle la cabeza a “un gringo” si al día de hoy, seguimos debatiendo si es Ford o Chevrolette, si a pesar de las marcas, la evolución, la tecnología, muchos aún conservan “el 730” y ojo con criticarlo, si hay que aún debate los beneficios de la vieja Toyota y aún se habla de que la nueva no es lo mismo, y no hay prueba suficiente de que alguien cambie la cabeza, cuando ese contrato imaginario ya está firmado.
Y así para todo, que les voy a hablar, del “Ivomec” si existen 1000 marcas, pero no habrá resistencia parasitaria que les haga entender que a veces hay cosas mejores en diferentes momentos. Cómo cambiarle la Agronomía a un gaucho que sabe que ahí te venden otra cosa, y no importa si son mejores o peores, porque “son los míos”, es una pertenencia que no figura en ningún lado, pero es incapaz de abandonarse, mientras esa sensación que es muy nuestra, nos siga atando, a la Veterinaria, a la vieja Estación de Servicio y ni que hablar –y esto cabe para el pueblo, la ciudad y hasta el barrio- “mi almacén”, sabiendo que pagás tres veces más y conseguís dos marcas y no mucho más, jamás dejaríamos a pie, a nuestro leal vendedor de toda la vida. Y claro, el apartado bien “Argento”, del club, ese que te vio nacer, ese que puede estar en el pueblo o en la gran Capital y no habrá nada, que te haga cambiar de parecer.
El listado es infinito, desde el Seguro o la consignataria, o quien sea que nos vende, cuando a veces con solo la palabra, alguien se lleva millones de pesos arriba de un camión, o confirma el negocio por teléfono, porque “lo conozco hace mil años” y con esa frase, jamás podrá traicionarnos a pesar de dejarle en una suerte de cheque en blanco, muchos de nuestros capitales.
Seguramente el repaso de nuestras vidas, nos llevará a ver que seguimos ligados durante años, a los mismos viejos amigos, a nuestros clientes, a nuestros prestadores de servicio, a determinada marca o barrio, incluyendo a veces ciudades o pueblos, o por qué no, hasta muchas veces a un campo determinado que hace rato nos lleva como una mochila de plomo hacia el fondo y hay algo más, que nos frena, que nos atrapa, que nos impide ser racionales para lo que deberíamos ser y nos deja en la encrucijada de que simplemente, “no lo dejaremos” porque somos leales, porque es una manera –aunque sea un verdadero defecto- de morir con las botas puestas, por eso, por ellos, por lo que sea a lo cual, no dejaremos nunca.
En ellas también, quedaron quizás secretos atrapados, cosas que jamás diremos, relatos que no tendrán una salida, porque fuimos receptores de un tesoro para el cual fuimos elegidos y somos tan leales a esa palabra prometida, que lo dicho, murió en nuestra caja fuerte donde seguramente perdurará hasta que su dueño o la situación, sean capaces de encontrar la combinación para sacarla.
Lealtades, esas que nos atrapan, nos esclavizan, nos generan dependencias, pero que en realidad, son una gran parte de cada uno de nosotros, forman parte de nuestra existencia y son muchas veces, el motivo mismo de nuestra propia vida.
(*) Papeles en el Viento, de Eduardo Sacheri
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