La última resistencia

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Tiempos difíciles si los hay, días de tristeza, angustia, sensaciones de vacío cubren los ánimos de muchos, calles arrasadas, autos de incógnito buscando sus dueños, las veredas toman vida y muerte a la vez, en ellas mucha gente ha instalado su vivienda diaria esperando que las cosas tomen aire, en ellas descansan por siempre muebles, artefactos, colchones y todo lo que nos muestra que a veces, no nos acostumbramos a viajar livianos.

 

Tiempos difíciles dije, si por un momento miramos más allá y aún están las mismas miserias de siempre, las políticas, esas que seguramente son cómplices silenciosas de que todo lo que no se ha hecho, tiene responsables aunque todo quede detrás de los “350 mm”, como si eso fuera capaz de justificar todo. Silencio tendrían que hacer los “no se pudió”, esos mismos inútiles que se olvidan que es el mismo gobernador de ayer y es el mismo que no hizo nada de lo que tenía que hacer y es tan pero tan caradura, que le reclama al que recién llegó por todo lo que él y todos sus secuaces, no hicieron en 50 años.

 

Silencio, deberían hacer algunos jueces, esos que liberan a delincuentes y que por básico que parezca, es muy cierto: los malos llevan capuchas, palos y piedras, los malos, prenden fuego, los malos, son los que tienen antecedentes penales, no hay forma de no distinguirlos porque además, hacen todo por plata, que otros más malos que ellos, ponen después de haberla robado a los contribuyentes y encima osan señalar con el dedo, a los que se equivocan, a los que intentando cambiar esta sociedad rota, a veces se equivocan y parece que es más fácil proteger a los malos, que perdonar un error de los que intentan que esos malos, cambien.

 

Por suerte en estos días, vimos nacer la última flor de la resistencia. Esa que nos convence por un rato de que no todo está perdido. Porque en pleno diluvio y ni bien paró la lluvia, hubo un verdadero ejército del bien, luchando en las calles. Peleando contra el agua, el barro, la oscuridad y la desazón. Un ejército realmente de los buenos, que en muchos casos terminaron como “carapintadas”, camuflados de tierra y barro, mojados hasta “el tuétano” sacando agua de las casas, ayudando, prestando, auxiliando.

 

La última verdadera resistencia nació en el corazón de miles de miles, que no dudaron un instante en salir a pelear por los amigos, por la familia y sobre todo, por los desconocidos. Ahí estuvieron, en un hospital, en una escuela, en un club, en la vereda, en todos lados. Cocinaron, acarrearon, se arrodillaron, dejaron todo por el otro, sin nada a cambio, sin nombres, sin apellidos, sobre todo, sin trajes ni corbatas, más allá de algún estúpido sindicato, que carentes de todo cerebro salieron a ayudar con banderas identificatorias, como si fuera necesario ponerle nombre a quien ayuda. Impresentables, es lo menos que se les puede decir a los de banderas fluorescentes.

 

Los buenos contagian, por eso poco a poco los miles se convirtieron en muchos miles más, que de todo el país, llenaban camiones, vagones, camionetas, se sumaban y se sumaban, sin importar quienes, a donde, para qué, pero todos sentían que había que dar, y así nació ese enorme brote de solidaridad en toda la Argentina, una verdadera pandemia de pensar en el otro, un motivo de orgullo, de saber que nadie está solo, ni en el peor de los infiernos.

 

Hoy nace una batalla, una que necesariamente tenemos que dar todos, hasta el último, pero tenemos que darla. Entender perfectamente y sobre todo hacerle entender a la política, que no los necesitamos en absoluto, que no hacen falta, que cuando nos proponemos algo, sin ellos estamos mejor que nunca. Y si logran entenderlo, podrán sumarse, para dejar de restar que es lo que han hecho siempre. Nace la batalla más importante: que ellos entiendan quienes son los buenos y que los malos sepan, que no hay nada capaz de derrotar el espíritu de comunidad que todos llevamos adentro y que tal vez en las peores, surge a borbotones.

 

Sepan que los estamos mirando, que los vamos a señalar con el dedo, que la naturaleza solo pone las cosas en su lugar, como un gran “lavado” que las aguas han hecho. En las calles de Bahía Blanca, a pesar de todo y en el medio del dolor, esta vez, ganaron los buenos.

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