Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo
Voy a llorar, sí porque los hombres también lloran por más que parezca una frase hecha. Y aunque moleste, voy a llorar en el nombre del Campo, aunque algún ignorante crea que “el campo siempre llora”, porque jamás vivió en el campo, porque nunca tuvo que pasar lo que tienen que pasar muchos productores, es la más perdida de todas las causas, cuyo juicio nunca comenzó, no está en carpetas y no habrá apelación posible, porque tiene y tendrá sobre su frente, el sello de “culpables” más allá de lo que pase.
La verdad poco me interesa que opinen los demás al respecto, porque esta vez, no seré ni empático, ni solidario, ni siquiera me interesan las comparaciones, porque realmente no existen. Seré el más egoísta de todos, el más soberbio y me sentiré cómodo, porque en definitiva, eso han hecho siempre con el sector, es ya una cuestión cultural de que “se tienen que arreglar” y punto y es cierto, tiene que ser así porque intentar otra cosa, es perder el tiempo y cuando por mis 40 años de conciencia –con 52 de vida- escuchás siempre lo mismo, la culpabilidad –o al menos la responsabilidad- termina siendo propia.
Los relatos son tristes, obvio que ninguno se acerca a una persona que ya no está, nadie puede poner eso en tela de juicio, pero por el resto, la desigualdad de condiciones es absoluta, no hubo ni trenes, ni camiones solidarios, ni mucho menos, palas limpiando, camiones sacando mugres y un ejército de miles dando una mano, a lo sumo algún vecino, alguno del pueblo que ayude en una escuelita, ni siquiera una entidad nacional, mandó a alguien a darse una vuelta, solos más que nunca, con los propios a lo sumo de testigos.
Miles de hectáreas bajo el agua continúan en silencio, improductivas, inaccesibles, probablemente perdidas por muchos meses de aquí en adelante, serán testigos de la inundación más importante de la historia conocida, y muchas de ellas, son víctimas de rutas mal hechas, sin alcantarillas, sin respetar desniveles, sin haberse perdido cinco minutos en mirar la geografía, para que luego hayan sido un dique de contención y hoy el agua, este regresando hacia lugares donde jamás podrá salir, salvo por evaporación. Casas aún bajo el agua, galpones con herramientas, corrales que ya no existen, kilómetros de alambrados, caminos que nunca más podrán ser reutilizados, porque solo una “nueva traza” es posible para que alguien pueda volver a transitar hacia su propio campo.
Ciudadanos de segunda? Más que nunca, con suerte por el esfuerzo de los propios, transita alguna “retroscavadora” trabajando en algún camino, del propio bolsillo los camiones de piedra y tierra, mientras que para todos los Intendentes, muchos de los lugares es el patio trasero, basta mencionar Puan y Tornquist, por Bahía toda la vida no existieron, durante años hubo que rogarles a los Intendentes locales, que no desviaran la plata de caminos y hasta el impuesto docente, que parte de su recaudación, era para transito de escuelitas rurales.
Nadie se pelea por sacar las tasas, por mandar alambres solidarios, postes al costo, el Banco Nación desgarrándose sus vestiduras para algún crédito de reposición de casas, puestos, corrales o perimetrales. Todo hay que rogar, golpear puertas, implorar, para que simplemente vayan a verlo, como verdaderos mendigos que a la vez siempre fueron, son y serán los elegidos para extraerles el millonario capital llamado retenciones y que ni siquiera en las malas, es puesto a consideración para el propio sector. Llorar? Na, simplemente joderse por producir, esa es la única manera que los funcionarios, la política y parte de la ciudadanía, ve al sector. Especulan y punto, es la opinión más escuchada.
Hoy una parte de nuestra zona, corre riesgos productivos irreparables, hoy se está poniendo muchísimo del bolsillo propio y nadie dice que la ciudad no lo haga, pero los impuestos, las patentes, los créditos, las exenciones llegaron volando para Bahía, pero claro, ninguno paga retenciones por vender un paquete de cigarrillo, un auto o una bolsa de cemento.
Ciudadanos de segunda, marginales sin voz ni voto, parasitados por todo el sistema y acusados con el dedo, simplemente por producir la tierra. Y no faltará el que encuentre algún motivo, para creer que la culpa es nuestra, por haber pedido lluvia, por haber usado un fitosanitario en el lote o por tener hacienda en los corrales. Culpables sin juicio, dueños de su propia suerte.
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